Instituto Alemán Puerto Montt

Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil 2024

Andersen, un viajero incansable

En la celebración del Día Mundial del Libro Infantil recordamos el natalicio del gran escritor Hasns Christian Andersen.

Para Andersen, el viaje alcanza el valor de símbolo: “Viajar es vivir”, escribe. Es el viaje como meta, como búsqueda del conocimiento, para superarse a sí mismo y para alcanzar la felicidad.

Hans Christian Andersen (1805-1875) fue un viajero romántico en busca de paisajes de su Dinamarca natal. Caminó por sus bosques, bordeó los lagos y contempló las cascadas. Por sus cuentos desfilan islas, fiordos y ríos. En sus páginas describe Selandia, Fionia, Falster; una capilla gótica coronada por un nido de cigüeñas, un venado asustadizo; el ondulante río Gudenaa.

En 1833, a la edad de 28 años, recibe una beca del rey de Dinamarca, Federico IV, que le permite viajar por Alemania, Suiza, Francia, Inglaterra e Italia. Viaja en carruaje, en vapor y en tren. Fue el autor de su tiempo que más viajó y cada destino le permitió conocer realidades muy distintas, abrirse a otras culturas y plasmar escenarios muy diversos en sus cuentos.

Andersen realizó más de 30 viajes por Europa, Escandinavia y Medio Oriente. En su autobiografía El cuento de mi vida, escribe: “Como un filtro de Medea que me diera fuerzas para mi espíritu, así son para mí los viajes”. El primero que hizo fue a Suecia y luego siguió camino por toda Europa. En Londres conoce a Charles Dickens, quien lo hospeda. Frecuenta a la duquesa de Suffolk y recibe una invitación de la reina Victoria y el príncipe Alberto para pasar una temporada en la Isla de Wight. También recorre Suiza, que le agrada mucho por sus bosques de hayas y lagos azules.

En Francia frecuenta los ambientes teatrales y literarios y conoce a Víctor Hugo y a los músicos Franz Liszt y Felix Mendhelson. También fue recibido por la Condesa Bocarné quien le presenta a Balzac y posteriormente, en 1844, es presentado al Gran Duque y a la Gran Duquesa de Sajonia, en cuya Corte de Weimar habían vivido Goethe y Schiller.

Luego sigue rumbo a España, donde visita Barcelona, Levante, Andalucía, Madrid y Burgos en 1862. De esta experiencia escribe el libro Viaje por España (Alianza Editorial, 2005) en una de cuyas páginas leemos: "en ninguna otra ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso como en Málaga".

A Italia la llama “el país de mis sueños”. Aficionado a la ópera, va a la Scala de Milán, y también a las canteras de mármol de Carrara, a Pisa y Florencia. Se hospeda en posadas y albergues, en palacios y casas de escritores. Como es un hombre culto, aficionado a los museos y sensible a las esculturas, observa en una calle de Florencia, la curiosa estatua de un animal que arroja agua por la boca, y lo inmortaliza en el cuento El jabalí de bronce. Estando en Roma, va al Café Greco de la Via Condotti, que hoy exhibe en sus paredes, un retrato del escritor, recordando su paso y su conversación con los artistas romanos.

Tras Italia sigue viajando a muchos otros países, en los que recorre ciudades y pueblos, interesándose siempre en las pequeñas escenas de la vida cotidiana. Se queda varios días en los lugares para visitar el mercado, el cementerio, los cafés, los teatros, pasear por las calles y parques, conocer las iglesias, observar las tiendas y empaparse de la vida misma. Y de todo saca material para sus cuentos, hasta de los detalles más insignificantes, como un dedal, una mosca o un soldadito de plomo.

Viajó a Grecia: El Pireo, Atenas, la Acrópolis. En el cuento El pacto de amistad nos relata lo que vivió en la antigua ciudad de Delfos. Desde las primeras líneas, nos introduce en su propia vida: “Hace poco que estuvimos de viaje y ya tenemos ganas de hacer uno más largo. ¿A dónde? A Esparta, a Mecenas, a Delfos. Hay cientos de ciudades ante cuyos nombres el corazón palpita con ansias viajeras”.

Sigue viaje al Medio Oriente. Visita Esmirna, con sus torreones y minaretes. Allí escribe el cuento Una rosa en la tumba de Homero con el motivo del ruiseñor y la rosa que inspiró también a Oscar Wilde.

Andersen no puede estarse quieto en un solo lugar y tampoco sus personajes, que siempre se desplazan de un punto a otro. El viaje es un motivo que se repite a lo largo de sus cuentos, como un leitmotiv que los engarza a todos. En barco, vapor, diligencia, globo aerostático o a caballo; a pie, en excursiones a la montaña, a lomos de un ave o en un baúl volador, sus personajes viajan sin parar.

En Los cisnes salvajes, los príncipes, convertidos en cisnes, vuelan por el cielo y cruzan el océano para aterrizar en un arrecife en alta mar. En El Patito feo, el protagonista emprende un recorrido por la granja hasta que llega a la laguna de los cisnes. En El traje nuevo del emperador, el monarca avanza por una alfombra roja en medio de la multitud hasta que un niño grita la verdad. En El sapo, el protagonista sale del fondo del pozo y emprende un viaje a saltos por el campo pues quiere conocer el mundo. Su madre le dice que abajo está más seguro, pero el sapo quiere aventurarse. Va feliz. A veces tiene nostalgia del pozo y de su madre pero sigue su camino aunque ello le cueste la vida. No importa. ¡Viajó! En Buen humor, el protagonista es un conductor de coche fúnebre que viaja por el cementerio. El viaje es sinónimo de cambio, de vida. Es la única forma de alcanzar la culminación. Lo importante es optar por el viaje pese a todos los obstáculos.

Andersen se burla de los que prefieren las comodidades del hogar. No es de extrañar que dedique tantas páginas en ensalzar a las cigüeñas y las golondrinas que son aves migratorias.

Cuando finalmente regresa a Dinamarca, llega cargado de recuerdos, una pluma y un legajo de papeles para escribir sus cuentos.

Consuelo Sanchez R.

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